7 de octubre de 2011

¡VAMOS PERÚ!

2 de octubre de 2011

DÍAS DE ESTADIO, DÍAS LEJANOS

Una de las imágenes más espectaculares que tengo de mi niñez es la de aquella enorme cancha del viejo Estadio Nacional, la cual aparecía lentamente ante mis ojos al subir las gradas que daban acceso a la Tribuna Oriente. Los jugadores con sus impecables uniformes saltando sobre aquella alfombra verde, el ruido abriéndose paso ante el asombro, la gente colmando las bancas rojas de madera y mi papá tomándome de la mano hasta encontrar el lugar perfecto para ver el partido. Algunos recuerdos anexos más como aquel hombre calvo gritando como un energúmeno al pie de la tribuna, el miedo que sentía cuando el piso se remecía tras cada gol o alguna bombarda, el canto de las barras, la canchita, las cosas lanzadas desde arriba, la sensación de estar en otro mundo.
Luego de un par de visitas más, fue que pude disfrutar en verdad del espectáculo. No había mucho dinero para este tipo de entretenimiento en mi hogar y mi viejo nunca quiso llevarme a tribunas populares. Casi siempre asistíamos durante la famosa "segundilla", ocasiones en la que las puertas se abrían minutos antes de concluir el partido y en la que la gente podía ingresar libremente.
Posterior a mi niñez y ante la lejanía de mi padre mi visita a los estadios fue casi nula. Tenía suficiente con la horda bullanguera y lumpenesca que desfilaba cerca de casa. Aquella masa conformada por individuos capaces de paralizar las calles y a sus eventuales transeúntes. Las ganas de ir al Estadio murieron con el crecimiento de estos grupos.
Tras la muerte de Walter Oyarce quedó en evidencia una vez más la indiferencia ante este fenómeno que perjudica a muchos ciudadanos, muchos de los cuales no tienen nada que ver con el fútbol. Las barras se han convertido en turbas que movilizan cientos de policías para el resguardo de quienes se crucen en su camino. No obstante los desmanes fuera de los estadios son parte de los riesgos asumidos de manera natural por todos aquellos afectados. La prensa no hace eco de ocasionales delitos mientras estos no sean de gran impacto social, en otras palabras "hasta que alguien muera".
La serie de hechos que facilitaron la muerte del joven hincha aliancista no son más que el reflejo de lo que sucede alrededor de cada espectáculo futbolístico en nuestro país. La falta de voluntad política, la alcahuetería dirigencial, la exacerbación periodística, la ineficiencia policial, así como la desmedida e incomprensible violencia de personajes innombrables son la mezcla perfecta para un final fatídico de un clásico desinterés por solucionar la causa que nos sigue alejando de los estadios.

"Ninguna camiseta vale más que una vida"