20 de agosto de 2011

MONTAÑA RUSA

Los pasos se hacían rápidos aquel día. El sol aún coronaba el cielo otoñal de Lima y Andrés casí despegaba del suelo sus mocasines. La cita era urgente.
Recibió la llamada de Inés el día anterior y su rostro se iluminó en el acto, al punto de cruzar la calle como en una nube, sólo existía su voz en ese instante.
Los viejos amores tienden a ser amables si el recuerdo que se tiene de ellos es más grato que cruel. Pero Andrés no podía hacerse ilusiones. Sólo era una llamada, se dijo, luego de cortar. Nada que ver con lo que pasó ese verano. Eso quedo atrás como el sol de ese febrero, ese sol ya había muerto.
Inés fue quien decidió terminar. Digamos que fue honesta y misericordiosa, digamos que un pequeño desliz fue el gatillo que disparó aquella decisión. Sin embargo Andrés no podía guardarle rencor a su Inesita.
Ella y Andrés se conocieron un año antes, a principios de Mayo, en un centro comercial. Ella quedó enganchada literalmente a él. Tenía un sueter de hilo que quedó atascado en el cierre de la mochila que Andrés llevaba en la espalda, cuando ella retrocedió de manera brusca al escapar de las cosquillas de Pepe. Antes de darse cuenta ambos quedaron muy cerca uno del otro. Él recibía el aroma fresco de su perfume, mientras ella trataba inutilmente de soltarse de Andrés. Pepe sólo atinó a lucir una sonrisa cachacienta sin intervenir.
Dejame intentarlo, dijó él, rosando por breves segundos los dedos largos y tibios de Inés.
—Tu enamorado no ayuda mucho eh.
—Ya está. Más vale maña que fuerza, agregó.
—¿Mi enamorado este imbécil? ¡Qué va...! Plancha quemada amiguito, dijo ella. Los tres sonrieron.
—Cuando Andrés se dispuso a seguir su camino dando la espalda a la escena, escuchó que aquella chica de fragancia floral le llamaba.
—¿Tendrás acaso tarjeta? Hay una oferta que sólo es valida con tarjeta.
—Claro, claro, respondió nervioso Andrés.
Mientras esperaban su turno en caja, él inició la charla en la que se esmeró por ser lo más simpático posible. Ella respondía amablemente y con inusual complicidad. El resto es historia. En unas semanas ya salían de forma habitual y con las formalidades del caso. Y aunque Inés era un poco reservada en cuanto a su vida privada, Andrés tuvo la sensación de conocerla muy bien.
El idilio llegó a su climax en verano. Un carrito de montaña rusa destinado a caer sin remedio. Ella fue lo más piadosa que pudo cuando dijo adiós.
La mañana siguiente a la llamada de Inés, Andrés despertó con esa sensación que surge de la angustia y el anhelo. Tomó un desayuno como de velorio; una taza de café y galletas de soda. Vivir solo tiene sus desventajas. Luego a clases de Inglés, luego el almuerzo, luego no asistiría a sus practicas en el Estudio Contable. Luego era la cita con Inesita. Ella le dijo que lo esperaba en casa, en la casa de sus papis.
Andrés bajó del bus y recorrió la cuadra y media que lo separaba de su destino. Por más que quiso no pudo evitar la leve transpiración que recorría su frente y brotaba por su espalda. Eran el costo de un atardecer soleado y de la inquietud. Al llegar, su mente se concentró en su dedo frente al timbre. Una sonriente Inés le dio un beso en la mejilla antes de entrar. Él no entendió muy bien qué hacía allí.
—Disculpa que te haya hecho venir así tan precipitadamente. Pero quiero decirte algo personalmente.
—No te preocupes Inés, ¿y tus papis?
—Están de viaje por el norte, vuelven mañana.
—Qué bien, bueno qué bien que estén de viaje, o sea bien por ellos.
—Bueno Andresito yo también tengo que viajar, salgo en dos días y no quería irme sin despedirme de ti. Una llamada no bastaba...
La tarde pasaba sobre la casa de Inés, pasaban los autos, los heladeros en sus carros amarillos, los perros callejeros, el sol que dibujaba la sombra sinuosa de las casas. Adentro la música embriagante de un disco de Norah Jones había dejado de sonar.
La puerta se abrió ya de noche y de ella salió Andrés con más dudas que certezas, con más amor que pena, con más piel de ella que de él.

***

Lima ya no es la misma. Doce años después de aquel encuentro, ellos tampoco.
Andrés tiene ya una hija, un divorcio y ahora una nueva esposa. Inés había regresado al Perú dos años atrás y en su exilio nunca se imaginó casada. Nuevamente era febrero, pero con otro sol, y ambos firmaban un frío cuaderno que no tenía ni idea de lo que ambos habían recorrido hasta aquí. Una pequeña ceremonia, un gran deseo de subir de nuevo a aquel carrito de montaña rusa, esperando que esta vez no caiga jamás...

0 comentarios:

Publicar un comentario