Sebastián llegó un poco tarde a casa, o mejor dicho a ese pedazo de lugar al cual se iba acostumbrando. Así es, él alquilaba un pequeño cuarto en el segundo piso del 420 de la Av. Granda. Los caseros la habían puesto en plaza hace casi dos años y “Sebas” llevaba ya casi quince días en él.
Los dueños habían vivido allí casi desde que se casaron en 1965. Romualdo Benavente heredó el terreno de su papá y con los años la levantó, frase con la que le gustaba nombrar a aquella empresa que significaba el ver crecer su vivienda. Virginia, su esposa, se la pasaba casi todo el día en las típicas labores del hogar. Aunque le costaba admitir que odiaba la cocina siempre se jactó de tener muy buena mano.
Romualdo apreciaba el esfuerzo de su compañera y se lo hacía saber a su manera. Éste era un hombre adusto, de pocas pulgas, pero gracias a su trabajo contaba con una cartera de clientes que con los años se sumaron como amistades. De cabello cano, rostro imperturbable y andar ya cancino, Romualdo ocupaba la jornada como podia, casi siempre fuera de casa; ya que desde su jubilación se dio cuenta de que el hueveo no iba con él. Habían criado con esmero cuatro hijos que vivían dispersos por Lima, lo cual dejaba a estos ancianos con la casa demasiado grande. Decidieron entonces, con mucha nostalgia, aprovechar los cuartos que habían dispuesto para sus hijos en el segundo piso y rentarlos. Antes de Sebastián la pequeña pieza era ocupada por una joven pareja que a decir verdad la usaban solo para cubrirse de la noche, ya que ambos trabajaban todo el día y el descanso era el mejor pretexto para ocupar la habitación. Nada problemáticos, salvo en aquellas noches en las que los alaridos de placer despertaban a Romualdo quien podía darse cuenta del esfuerzo que hacía el muchacho para taparle la boca a su novia sin éxito alguno.
Las otras 3 habitaciones estaban por el momento desocupadas, dos de ellas aproximadamente por dos meses, mientras que la otra había sido recientemente deshabitada por el Sr. Roque; un personaje locuaz y vivaracho, aunque muy solo desde que se separó de su esposa. Tenía un auto muy viejo y advirtió a sus caseros que su estadía era sólo fugaz.
La noche en cuestión, Romualdo y Virginia estaban sentados frente a la tele, pero sólo él la veía, ya que ella dormitaba a su lado con los lentes que le atravesaban el rostro con el ademán de caer al vacío. Ellos ocupaban el primer piso de la casona, la cual habían tenido que modificar para que tuviera un sólo acceso al segundo nivel, mientras que en el lado contrario de la misma, unas escaleras conectaban directamente con la azotea, sin acceso al piso intermedio. Romualdo Benavente, veterano hombre de ventas, quedó muy interesado al escuchar en las noticias que un hombre de casi setenta años había decidido viajar por el país en moto, luego de un sueño en el que vio una paloma negra sobrevolando su hogar sin poder salir. Inmediatamente Romualdo pensó para si: -Viejo huevón, ¿qué estás esperando, que la parca te lleve antes de tiempo?
Romualdo apreciaba el esfuerzo de su compañera y se lo hacía saber a su manera. Éste era un hombre adusto, de pocas pulgas, pero gracias a su trabajo contaba con una cartera de clientes que con los años se sumaron como amistades. De cabello cano, rostro imperturbable y andar ya cancino, Romualdo ocupaba la jornada como podia, casi siempre fuera de casa; ya que desde su jubilación se dio cuenta de que el hueveo no iba con él. Habían criado con esmero cuatro hijos que vivían dispersos por Lima, lo cual dejaba a estos ancianos con la casa demasiado grande. Decidieron entonces, con mucha nostalgia, aprovechar los cuartos que habían dispuesto para sus hijos en el segundo piso y rentarlos. Antes de Sebastián la pequeña pieza era ocupada por una joven pareja que a decir verdad la usaban solo para cubrirse de la noche, ya que ambos trabajaban todo el día y el descanso era el mejor pretexto para ocupar la habitación. Nada problemáticos, salvo en aquellas noches en las que los alaridos de placer despertaban a Romualdo quien podía darse cuenta del esfuerzo que hacía el muchacho para taparle la boca a su novia sin éxito alguno.
Las otras 3 habitaciones estaban por el momento desocupadas, dos de ellas aproximadamente por dos meses, mientras que la otra había sido recientemente deshabitada por el Sr. Roque; un personaje locuaz y vivaracho, aunque muy solo desde que se separó de su esposa. Tenía un auto muy viejo y advirtió a sus caseros que su estadía era sólo fugaz.
La noche en cuestión, Romualdo y Virginia estaban sentados frente a la tele, pero sólo él la veía, ya que ella dormitaba a su lado con los lentes que le atravesaban el rostro con el ademán de caer al vacío. Ellos ocupaban el primer piso de la casona, la cual habían tenido que modificar para que tuviera un sólo acceso al segundo nivel, mientras que en el lado contrario de la misma, unas escaleras conectaban directamente con la azotea, sin acceso al piso intermedio. Romualdo Benavente, veterano hombre de ventas, quedó muy interesado al escuchar en las noticias que un hombre de casi setenta años había decidido viajar por el país en moto, luego de un sueño en el que vio una paloma negra sobrevolando su hogar sin poder salir. Inmediatamente Romualdo pensó para si: -Viejo huevón, ¿qué estás esperando, que la parca te lleve antes de tiempo?
Sin embargo, en sus entrañas sentía que él nunca tendría el valor de hacer lo mismo, aunque lo quisiera. Al menos de eso no sería capaz.
Mientras tanto, en el cuarto, Sebastián ya había calentado el poco arroz chaufa que sobró la noche anterior y que había dado a guardar a Virginia por la mañana diciéndole en broma: -Doña, porfa guárdeme el chaufita en la refri. No quiero que se la lleven las cucarachas.
Encima del microondas tenía un pequeño ekeko que se encontró cuando iba camino a la chamba, al lado del mismo, compartían la mesa una pequeña tele y una ruma de revistas, todas muy antiguas, entre las cuales podíamos ver algunos ejemplares de las revistas “Gente”, “Caretas” y “Somos”, además de tres ejemplares de “Zeta” revista erótica de los 80. Toda una joya.
Acompañaban a Sebastián, además, una tarima que hacía la vez de cama, una cómoda donde guardaba prolijamente sus ropas, una maleta negra de viaje y el pequeño televisor que casi nunca veía. Sin embargo lo que más usaría Sebastián esa noche estaba sobre la silla, esperando que la tome en cuenta, pues ya era tarde. Se trataba de una computadora portátil, de la cual se hacía cómplice casi siempre, luego de cenar malamente lo que hubiera.
La noche estaba madura y el fresco de su viento calmaba el bochorno de una Lima insoportable. Iban a dar las nueve cuando la puerta del reducido cuarto sonó estruendosamente al cerrarse. Sebastián había salido a dejar la bolsa de basura en el poste cercano a la casa, en espera del camión o de algún "reciclador" y no tuvo la precaución de tomar las llaves al dejarla junta, pensando en que ésta no haría movimiento alguno.
-¡Mierda!- exclamó al regresar y encontrarse en el pasillo sin visos de solución ante su dilema. No quedaba más que molestar al viejo Romualdo quien tenía una copia de la llave de la habitación.
-Puta mare, ojalá que el tío no se amargue y me mande a rodar por joder a estas horas; total es apenas la segunda vez que me pasa. Pero ahora sí prometo guardar las llaves, si es posible en el calzoncillo, para que no se vuelvan a quedar adentro- decía el muchacho mientras bajaba los escalones hacia la puerta principal de Los Benavente.
-¿Qué pasa Sebas, algún problema. No me digas que se te quedó la llave nuevamente...? Escuché el portazo desde aquí y pensé que ibas a salir- Indicó Romualdo.
- No maestrazo. Bueno sí. Disculpe pero no pensé que la puerta se iba a cerrar, sólo baje un toque a dejar la basura y ¡zas!, me quedé afuera- dijo Sebas.
El viejo rezongó en el momento pero no tuvo más opción que socorrerlo diciéndole: -¿Donde tienes la cabeza muchacho? Mira que has podido despertar a Virginia y no estoy de humor para sus novelas en cable. Disculpe -dijo Sebastián, tomándose de los cabellos suavemente en forma de regaño.
Luego del impase ambos subieron a la segunda planta de la casa. Romualdo decidió acompañar al joven y abrir él mismo la puerta para regresar con las llaves lo más pronto posible hacia el delicioso sillón. Caminaban juntos por el pasillo que daba acceso a los cuartos, el de Sebastián era el tercero por así decirlo.
Justo antes de que el anciano introdujera la llave dorada en la cerradura, se escuchó una especie de crujido que llamó la atención de los dos. El ruido provenía de la última habitación al final del corredor, justo la que habitaba hasta hace poco el Sr. Roque.
Justo antes de que el anciano introdujera la llave dorada en la cerradura, se escuchó una especie de crujido que llamó la atención de los dos. El ruido provenía de la última habitación al final del corredor, justo la que habitaba hasta hace poco el Sr. Roque.
-¿Y eso?- dijo el joven sorprendido.
-No seas maricón Sebas y metete a tu cuarto a descansar- se apresuró a indicar Romualdo, abriendo la puerta y señalando con el brazo el interior.
Añadió sonriendo: -Estas casas tienen sus años y hablan de vez en cuando.
-No seas maricón Sebas y metete a tu cuarto a descansar- se apresuró a indicar Romualdo, abriendo la puerta y señalando con el brazo el interior.
Añadió sonriendo: -Estas casas tienen sus años y hablan de vez en cuando.
El muchacho prendió la Laptop accediendo directamente a su cuenta y observó de inmediato un primer mensaje: "Hola... Sebas".
Un tanto sorprendido se miró al espejo y trató de arreglar su ensortijada melena y ensayaba algunas muecas y sonrisas, porque tenía pensado poner la webcam. Luego trató de ponerse cómodo en la sillita de plástico poniendo una almohada en el asiento y arrimando el microondas un poco para que la Laptop también se sintiera a gusto. Sebastián cabía en la descripción perfecta del limeño actual, no sólo por sus rasgos físicos sino también por lo que sentía y pensaba. La racha de emprendedurismo que se instala en esta ciudad, lo contagió y decidió antes de salir del Colegio que se haría de un negocio y por lo tanto de su destino.
Un tanto sorprendido se miró al espejo y trató de arreglar su ensortijada melena y ensayaba algunas muecas y sonrisas, porque tenía pensado poner la webcam. Luego trató de ponerse cómodo en la sillita de plástico poniendo una almohada en el asiento y arrimando el microondas un poco para que la Laptop también se sintiera a gusto. Sebastián cabía en la descripción perfecta del limeño actual, no sólo por sus rasgos físicos sino también por lo que sentía y pensaba. La racha de emprendedurismo que se instala en esta ciudad, lo contagió y decidió antes de salir del Colegio que se haría de un negocio y por lo tanto de su destino.
El mensaje correspondía a Patricia, una amiga que no veía hace mucho, pero que siempre estaba en su pensamiento. Habían estudiado juntos Administración en un Instituto de la Av. Arequipa, y desde entonces surgió una amistad que él nunca entendió porqué no dejó de ser tal, para convertirse en un prometedor romance. Pero así estaban las cosas... Se dejaron de ver por más de un año. Ella dejó los estudios para trabajar a tiempo completo. Él se resigno a dejar de verla y encárgarle al tiempo que hiciera su labor. Fue así que las llamadas se hicieron menos habituales y perdieron mayor contacto.
Se apresuró en contestarle con un parco: -Hola, ¿cómo estás?
Luego pasaron más de 10 minutos sin réplica y el muchacho pensó que tal vez ella se quería hacer la interesante. En ese momento, no reparó en la extraña reaparición de la amiga, de la cual había perdido cualquier vinculo, y no recordaba tenerla como "amistad virtual". El nerviosismo se apoderó de él y no sabía si encender la tele o zonsear simplemente en la red.
Antes de que se decidiera por lo primero escuchó el clásico tucutín que desprenden estos artilugios cuando recibes un mensaje.
-¿Porqué no viniste?- se dejaba leer en el casillero blanco reservado para los mensajes. Luego siguió: -Te llamé.
Sebastián se extrañó más aún, luego de estas dos frases y se imaginó que tal vez Patricia se estaba equivocando de interlocutor: -¡Esta Patricia!, tanto tiempo no ha pasado como para que me confunda con otro.
Luego pasaron más de 10 minutos sin réplica y el muchacho pensó que tal vez ella se quería hacer la interesante. En ese momento, no reparó en la extraña reaparición de la amiga, de la cual había perdido cualquier vinculo, y no recordaba tenerla como "amistad virtual". El nerviosismo se apoderó de él y no sabía si encender la tele o zonsear simplemente en la red.
Antes de que se decidiera por lo primero escuchó el clásico tucutín que desprenden estos artilugios cuando recibes un mensaje.
-¿Porqué no viniste?- se dejaba leer en el casillero blanco reservado para los mensajes. Luego siguió: -Te llamé.
Sebastián se extrañó más aún, luego de estas dos frases y se imaginó que tal vez Patricia se estaba equivocando de interlocutor: -¡Esta Patricia!, tanto tiempo no ha pasado como para que me confunda con otro.
En ese momento su pedido de Videollamada tuvo respuesta y pudo ver por fin a su entrañable amiga. La notaba pálida y sin gestos, envuelta de oscuridad, aunque al fondo se podía observar una puerta y la pared que la rodeaba.
Se le ocurrió decir algunas palabras pero la muchacha se le adelantó repitiéndole:
-¿Por qué no viniste?
Sebastián se apresuró en contestarle -¿De qué me hablas? Soy yo, Sebastián Salcedo. no nos vemos hace tiempo y no quedamos en vernos.
Se le ocurrió decir algunas palabras pero la muchacha se le adelantó repitiéndole:
-¿Por qué no viniste?
Sebastián se apresuró en contestarle -¿De qué me hablas? Soy yo, Sebastián Salcedo. no nos vemos hace tiempo y no quedamos en vernos.
-¿Por qué no viniste? volvió a exclamar Patricia, esta vez casi sollozando.
-Cálmate por favor. Vamos por partes. Te repito que no hemos hablado hace un buen tiempo...
-¡Te llamé!- interrumpió la chica, inconsolable, y prosiguió -¡Mira lo que me hizo, mira lo que me hizo!
-¿Qué cosa, quién, de qué hablas? preguntó Sebastián.
-¡Te llamé, nadie me escuchó- replicó Patricia, tomándose la cabeza. -¡Mira lo que me hizo!
En ese instante ella se apartó del monitor. Sebas quedó angustiado solo atinando a inspeccionar el lugar desde donde se comunicaba la chica, sin encontrar mayores respuestas ya que prácticamente no se veía nada.
Pasado los minutos y sin la comunicación restablecida Sebas optó por llamarla al celular.
-¿Aló?
-Sí. Diga- se escuchó.
Pasado los minutos y sin la comunicación restablecida Sebas optó por llamarla al celular.
-¿Aló?
-Sí. Diga- se escuchó.
-¿Patricia, qué pasa?
-¿Aló? No soy Patricia, soy su amiga, mi nombre es Vanessa. ¿No sabes lo qué pasó verdad?
-¿Qué pasó? Quiero hablar con Patricia por favor, la vi muy angustiada, necesito hablar con ella.
La respuesta fue más que perturbadora: -¿Viste a Patricia dices? ¿Dónde? Patty me vendió su celular antes de que desapareciera.
-¿Qué? Pero si acabo de hablar con ella, incluso la vi, estábamos chateando... Me preguntó algo y luego se fue, sólo veo un cuarto vacío- Insistió Sebas angustiado.
-Como te decía Patty me vendió su celular, ella desapareció hace un mes más o menos- Afirmó Vanessa
El muchacho la interrumpió diciendo:
-Ella me preguntó ¿Sebastián, porque no viniste? Maldita sea.
-Ella me preguntó ¿Sebastián, porque no viniste? Maldita sea.
-¿Eres Sebastián. Tú la tienes, dónde...? preguntó misteriosa Vanessa, cuya voz fue interrumpida por el llamado de la Laptop. Cuando Sebas se acercó a ella, la habitación desde donde hablaba Patricia, continuaba oscura e inquietante. Sin querer, había cortado la comunicación con Vanessa. Mientras su corazón golpeaba el pecho rápidamente, trató de concentrarse en lo que veía, y entre las sombras encontró familiaridad en la puerta que apenas se dejaba ver. Su deducción lo dejó perplejo.
-¿Aló, Vanessa? preguntó Sebas al celular, continuando con la conversación por un buen rato.
Luego de unos minutos en la que su rostro cambio de sorprendido a desencajado, abrió la puerta del cuarto y salió raudo hacia el primer piso. Tocó la puerta con una mezcla de miedo y rabia, mientras gritaba: ¿Qué pasó arriba viejo? ¡Abre la puerta...!
Luego de unos minutos en la que su rostro cambio de sorprendido a desencajado, abrió la puerta del cuarto y salió raudo hacia el primer piso. Tocó la puerta con una mezcla de miedo y rabia, mientras gritaba: ¿Qué pasó arriba viejo? ¡Abre la puerta...!
Un enardecido Sebastián arremetió bruscamente contra Romualdo tomándolo del cuello de la camisa y zamaqueándolo cual muñeco, mientras le gritaba: ¡Dame las llaves de los cuartos o te reviento!
El anciano sin reacción y arrastrado hasta la mitad de la sala, sólo atinó a tomar de los brazos a su atacante en una inútil defensa. Virginia impasible seguía en el sillón, esta vez despierta pero en estado catatónico.
-¿Y qué esperas viejo imbécil? rugió Sebastián.
Casi sin poder hablar Romualdo aceptó entregar las llaves al muchacho, señalando la mesita de madera con el rostro.
Sebastián soltó al anciano, tomó las llaves y cuando se dirigía a la puerta de salida, escuchó a Romualdo gritándole: -¡Ya te jodiste!
De inmediato sintió un ruido estremecedor y un ardor indescriptible en el pecho. Cayó al instante de rodillas, luego su rostro se estrelló contra el piso al igual que el resto de su cuerpo.
De inmediato sintió un ruido estremecedor y un ardor indescriptible en el pecho. Cayó al instante de rodillas, luego su rostro se estrelló contra el piso al igual que el resto de su cuerpo.
A la mañana siguiente las noticias reportaban el hallazgo de un cadáver en un descampado de San Juan de Miraflores. El cuerpo fue encontrado envuelto entres sábanas y pertenecía al de una mujer joven, estaba desnuda y con una señal evidente de haber sido golpeada en la cabeza. El estudio forense concluyó que tenía alrededor de un mes de haber perdido la vida.
Mientras tanto, otro occiso era ingresado a la morgue de Lima, luego de que en la víspera fuese abaleado a la altura del pecho. El anciano actor del disparo, señaló que efectuó el mismo en salvaguarda de su integridad y la de su esposa.
A su vez el Sr. Roque, quien una vez ocupara el último cuarto del segundo piso de la casa de los Benavente, observaba disimuladamente a la joven que atendía en el Restaurante, en donde se sentó a tomar desayuno.
Escuchaba impávido el reporte periodístico de ambos asesinatos, mientras repasaba con su mano derecha un DNI con el nombre de Patricia Zuloaga.
Fotos: Diana Cuadra
Mientras tanto, otro occiso era ingresado a la morgue de Lima, luego de que en la víspera fuese abaleado a la altura del pecho. El anciano actor del disparo, señaló que efectuó el mismo en salvaguarda de su integridad y la de su esposa.
A su vez el Sr. Roque, quien una vez ocupara el último cuarto del segundo piso de la casa de los Benavente, observaba disimuladamente a la joven que atendía en el Restaurante, en donde se sentó a tomar desayuno.
Fotos: Diana Cuadra
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